Monday, February 15, 2016

Sunday, October 18, 2015

RELATOS

UN SINGULAR VIAJE A LA HÉLADE

El viaje es a Grecia. Su iniciación con el grupo Therion la convence
de que su peregrinación por la tierra de los helenos es un hecho, y
muy positivo por cierto. Ella posee los recursos para costearse se
mejante periplo. Se despide de su marido y sus tres hijos. Deprisa
se abre paso al aeropuerto de la Captial donde su avión hace escala
en Barcelona y de ahí pasa a Atenas. Iona Kourdas, la sacerdotisa
diamantina, envía a uno de los miembros del grupo para recibirla y
asistirla. Éste le da una acogedora bienvenida con una amplia sonri
sa. Le coloca en su blusa la imagen con la efigie de Apolo.

En la vieja Atenas hay muchos cafés, restaurantes y bares para
disfrutar. Caminando por sus antiquísimas calles uno se deleita ob
servando todos y cada uno de los pintorescos y fenomenales talleres
de arte, restorantes y cafés. Ahora su mente ansía, acaricia el
encuen
tro
auspicioso. ¡Es una bendición haber hecho viaje tan costoso! Es
obvio que las dificultades con el idioma no permite un disfrute pleno
con estos griegos tan sencillos y encantadores cuya presencia, mien
tras se camina por la angosta, larguísima y cargada calle de Atenas,
invitan a hablar y a expresar toda esa felicidad que trae semejante
espectáculo.


Ella está maravillada. El cúmulo de pequeños negocios es des
comunal. Las tabernas están abiertas. Sus puertas están abiertas de
par en par. Te brindan bebidas mientras paseas por las aceras. Las
mujeres están ataviadas con exóticos vestidos. Un fino perfume ca
racterístico inunda las bien cuidadas, abarrotadas y alegres calles. El
hombre hace señas a un taxi que está parqueado debajo de una enor
me lona de plástico. El coche es magnífico pues su aspecto armoni
za con el ambiente clásico del lugar. Una plácida atmósfera barroca
describe todo el conjunto de cosas.
Esta sensación esta secundada


por la presencia de las antiguas iglesias.que pueblan una de las ciu
dades más antiguas del mundo. Se ven a los clérigos con sus barbas
blancas y sus trajes. El coche es acogedor y seductor. Da gusto sen
tir el retumbar de los motores de esta máquina. No es ruidoso. La
expectativa de su encuentro con la avatar la estremece. Siente ganas
de verse con ella y experimentar todo lo que había escuchado sobre
este grupo pagano que pide el reestablecimiento de los ritos religio
sos de los griegos antiguos. Cada fibra y cada órgano de su cuerpo
siente la sensación, el éxtasis, el anhelado hallazgo de la paz.

Su compañero tiene la fisonomía de un árabe según le parece a
ella. De piel bronceada y tez morena, el hombre luce joven a pesar
de la abundante y cuidada barba. También tiene un tatuaje en su bra
zo derecho, pero su camiseta es de mangas largas y no permiten ver
exactamente lo que es. Llegan a la Acrópolis y se dirigen a un barrio
que se llama Plaka. El taxista y el hombre hablan. Hablan discreta
mente. Del taxista ella recibe la ráfaga de su mirada por el retrovisor.
Siente que el objeto de su conversación es ella. Están bien retirados
del centro de Atenas. Llegan a las costas del mar Egeo. Por su cabe
za discurren las escenas de las películas Troya y el Gladiador. ¡Qué
fascinante! Se nota las huellas impresas por la cultura otomana. La
presencia turca es notoria. El coche por fin se detiene. Se bajan y
caminan hacia un edificio ordinario pero bien cuidado de tres pi
sos. Unas mujeres salidas de un cuento de hadas vienen a verla y la
adentran hacia uno de los apartamentos. Ella se comunica con ellas
en inglés. Para su sorpresa alguien la saluda en español. Ella está
maravillada.

Iona Koudras es una mujer alta de edad madura. Es imponente.
Es bello y bien proporcionado su cuerpo. Es el arquetipo de la líder,
de la mujer que gobierna. Es la matriarca. Está ataviada de un ves
tido largo rojo mate espacioso que le cubren los pies. Lleva ceñida
un cinto dorado con inscripciones ininteligibles. Tiene un halo sa-
grado, pero también tiene una gracia de cuerpo y movimientos que
por ratos la hacen seductora y sensual. Sus ayudantes se apresuran a
encender los inciensos y las velas cuyos aromas poderosamente su
gestivos la ascienden por el etéreo aire produciendo en ella el efecto
que producen los narcóticos en sus víctimas. Ella no sabe de sí mis
ma. Sin detenerse a cuestionar nada, en medio de la música y los
cantos dedicados a los dioses, acepta voluntariamente recibir cual
quier bebida, cualquier comida siempre y cuando éstos hayan sido
bendecidos por los seres divinos que moran en el Olimpo. Ella en
tonces se duerme.

Un agente de la policía le pasa un vaso de agua para calmarla en
el hospital. Mediante un intérprete le dice que no es la primera vez
que este tipo de hecho ocurre en su país y que están haciendo todo
lo posible por atrapar a los responsables. Dice que es una banda pe
ligrosa que se hacen pasar por religiosos. Le dice que lamenta que
la hayan agredido sexualmente y que haya perdido su dinero y todos
sus documentos personales.
Avergonzada, acepta que informen a su
familia la tragedia.





FIN





EL SUPLANTADOR

Creo que suplanté al viejo de la muchacha joven. La vieja loca
amarillenta estallaba en el momento en que me vio salir de su puerta.
“Maldita vieja hija de la g*** p***. Ojalá se muera”. Las trompetas
ensordecedoras que anunciaban la victoria de los Tigres del Licey
tronaron en aquel momento. “¡De todos modos a quién le importa!”
Sucedía que la joven con quien estuve posaba bajo el enorme farol
de luz diciéndome adiós con las manos. La pestilencia que rodea su
casa hizo que se me revolviera el estómago. El patio asquerosamente
insoportable imposibilitaba todo goce en medio de la oscuridad en
aquella recámara. Me dio miedo perder mi fuerza viril. Esta era una
de las cosas buenas de la migración haitiana; las costumbres cam-
bian. “Háblame de ti. Oye, cualquier cosa soy menos maricón, ¿qué
fue lo que acordamos? No voy dejar el hábito de llamarte, no impor-
ta lo que pase”, fue lo primero que le dije cuando nos vimos en la
cita acordada momentos antes de llegarme a ella. La gente se aferra a
sus costumbres y perder la identidad es algo con lo que no quisieran
lidiar. Lo único que yo sabía era que mañana sería otro día; no estaba
pendiente a lo que sucedía alrededor con los haitianos. Por lo pronto
nadie se preocupa. Maguie era la haitiana, más bien la mujer, que
más quería en esta vida aunque estuviera bajo la sombra acosadora
de su vejo marido. “El ya tiene una embolia en los granos”, dije. Se
le había formado un bulto en los testículos permitiéndole caminar
a penas. El viejo marido de todos se había burlado, incluso de mí,
y lo hizo con fruicción, perversión y buenas ganas. La casa estuvo
cerrada con candado cuando llegué a su puerta. A mí me gusta ella.
El viejo no se dio cuenta de lo sucedido. Pensé en cómo su imperso
nal manera de dirigirse a nosotros molestaba en extremo creyéndose
poseedor de su primer encanto ya exiguo que ya más bien parecía
ridiculizarle.

El grupo de amigos nos reuníamos para dirimir temas religiosos
terminando siempre embotados e insensibles. El tema tratado era so
bre la masturbación y su prohibición bíblica. “¿Para qué hacérsela?
¿Para qué? Veamos lo que sucede si...¡ay, qué pena!” La metida de
pata me puso en evidencia entonces. Forcé para que cambiáramos
el objeto de nuestra conversación. Yo contaba con 24 años. Supe
que mis puntos de vista, otrora sugestivos y llenos de clarividencia,
no convencían ni seducían a mis amigos y a los otros interlocutores
que acostumbraban añadirse al grupo. Decadencia discursiva mejor
describe al fenómeno. Estuve imaginando al viejo marido tieso en
su caja para su viaje a la eternidad. Los esfuerzos inútiles de re
construir su salud no solo lo arrastró al borde de la desesperación
sino que aparecieron los primeros signos de demencia ante la futi-
lidad de una cura efectiva. Las tristes razones dadas por Maguie a
su comportamiento hicieron que estuviera en un punto más cercano
a la indiferencia que a la piedad. Esa noche pernocté en casa de un
amigo. Rosa, su hermana, nos sirvió unas latas de cerveza mientras
veíamos la televisión. “La gente se dio cuenta pero siguió como si
nada sucediera”, me dijo mi amigo quien vigiló la entrada a la calza
da de la casa de Maguie para prevenir cualquier desgracia en la que
estuviera envuelto el viejo marido. La perversa actitud del viejo me
hizo empuñar un arma más mortífera que la de un arma de fuego;
daría su uso en el momento adecuado. Era cada vez más creciente la
ira motivada. Un día de estos yo iría sigilosamente a su aposento y
lo estrangularía. Nada, nada, nada. Intentaba no albergar esos senti
mientos. La noticia se regó
ipso facto. Mi amigo me había mentido.
Todos se dieron cuenta siendo mía la culpa por no haber estudiado
cuidadosamente mi entrada triunfal a su casa.

Ante el desparpaje de la situación, los vecinos no se repusieron
de su asombro. Jamás lo perdonaron proviniendo eso de mí.
El Viejo era un ser maldito, de estos individuos decididamente insidiosos que
al menor descuido te descubre y te hace parecer un imbécil, y hace
que tu nombre ande por boca de todos pues este hombre estaba con-
cebido para hacerle la vida difícil a otros. La mentalidad de aquí es
que si a tus 24 años no tienes una novia deducen como una necesidad
lógica de que eres un marica. Me engalana tener a dos amigos gays,
sin embargo. Una noche estuve con ellos en la taberna DGiovanni
donde me mostraron unos preservativos donados por la comunidad
GLBT del país. Yo en realidad quería visitar uno de esos lugares en
los que se reunían transexuales, gays y lesbianas solo para saciar la
curiosidad y para ver qué salía de allí. Pero nunca tuve la valentía de
aparecerme, y no me atrevía hablar del asunto a mis amigos. Quizá
él se esforzaba en que yo lo advirtiera, pero noté cuando él se co-
locó estratégicamente en una esquina observándonos y me imagino
sus conclusiones. La taberna, recuerdo, poseía una escalinata visto
sa adornada de rosas blancas que caían deleitosas de un techo de la
vereda que circunda ese magnífico lugar. Creí ver en los gestos del
viejo antiguas amenazas y vislumbré que llegaría el día en que me
echarían a la cárcel por asesinato. Años atrás las malas lenguas me
hacían añicos; yo no era capaz de revertir la situación a mi favor. Las
veces que tuve que quedarme solo, recuerdo, en casa para no tener
que soportar la sorna del cual era objeto: todo era cuidadosamen
te preparado por el despiadado acosador. “Diablos, cómo cambia el
tiempo! ¡Si hubiera tenido entonces la mentalidad que ahora tengo,
no habría durado mucho en este lugar!” La costumbre de cubrir
me de esas cadenas amargas era cosa del pasado. Ahora tomo las
cosas a la ligera. Había desarrollado un caparazón exterior inexpug-
nable. O, por el contrario, sabía muy bien engañarme a mí mismo.
La gente siempre opina y me temo que yo mismo he sido infectado
de tal afectación; somos todos poderosamente atraídos a la irresisti-
ble sensación de creerse jueces de otros. Es la cima de la realización
máxima de la muchedumbre. “¡Así mismo carajo! No le dé mente a
esa vaina”, me consolaba mi amigo.

Me pareció una exageración lo que hice, pero a decir verdad, aho-
ra que lo pienso, fue la única cosa digna de un hombre como yo. No
me avergonzó acostarme con ella, sin embargo era algo impensable
por dos razones: el exacerbado poder asesino del viejo y la escaza
higiene de Maguie. El caos que se produciría sería de proporciones
catastróficas como dicen, pero eso no impedía que me aventurara;
después de todo lo que valía la pena era conocer esa enclaustra-
da criatura sufriente cuyos encantos eran apreciados y temidos por
todos. El viejo esposo de Maguie tenía un hijo quien había esca-
pado hacia la Región Este del país. Dicen que en una riña hirió a
un hombre y éste juró matarle. Su madre estaba en una de las is-
las holandesas sirviendo en casas de familias. En cuanto a mí me
faltaban recursos económicos, lo sé. Todos los días no podía darme
el lujo de estar como los otros con sus chicas al lado rodeados de
bebidas. La inmisericorde necesidad de apoderarme de dinero para
gastar prolongaba la miseria crónica que padecía desde hacía mu-
cho tiempo. Que no salíamos de un problema tras otro en casa; que
las fiestas estaban reservadas a los que poseían sus puestos de tra-
bajo. Mi realidad era otra. La miseria crónica no daba lugar a esos
disfrutes. A penas veíamos el internet, y a veces a expensas de otra
persona o engañando al que estaba sentado en unos de los abundan
tes cyber-cafés del barrio.

La amalgama de emociones era exuberante. Las sensaciones de
placer no era una opción entonces. La vida no nos dejaba otra op-
ción. Amábamos vernos y reunirnos para hablar “de los grandes te-
mas”, es decir de obscenidades bobas: ¡como amábamos todas esas
pendencias! Era el momento cumbre en el que el tiempo no trans-
curre aunque estuviera pasándonos por encima, sin tener la más mí-
nima consciencia de su travesía. No todo era malo aquí. Nos figu-
rábamos como los mejores. Las metáforas empleadas en nuestras
conversaciones eran una jerga escondida para despistar a terceros.
Nuestras andanzas nocturnas tomaban un cariz especial. De regreso
a casa vi a la vieja amarillenta que estuvo al punto de echarme a per-
der la cita con Maguie. Nada más anodino que esta mujer de aretes
horribles y de maquillaje embardunado. Parecía llevar una careta de
mal gusto; me hizo un gesto con las manos para que me dirigiera a
ella. Me dejó exquisitamente complacido. Ahora pienso que este era
el momento que señalaba el final de una relación tortuosa con esta
mujer. “El viejo se murió, que Dios lo tenga en gloria”, me dijo.

La vida del viejo podría resumirse en un constante devenir en una
versión urbana del gallo manilo, el jefe de las gallinas. Dejó encinta
a varias muchachas del barrio de abajo. Nibaje arriba era un territo-
rio ocupado por el olor de su orina, diríamos, su territorio. Todavía
sobrevive al peso de la costumbre en este paraje ubicado en San-
tiago; a pesar de la migración haitiana, su presencia aún no había
dejado impresa una honda huella en aquella gente aferrada a lo tra-
dicional. Todavía los gritos vespertinos de los niños mantienen mi
cabeza como una olla de presión; no había espacio para unos silen-
cios sanativos y espléndidos. Tuve que confesar lo que ocurrió sin
pedirle disculpas por lo que hice a nadie. Dos o tres veces nos vimos
Maguie y yo en las instalaciones del Metro Central sin hablarnos,
ella sentada en una hilera de asientos y yo en el otro; se cruzaban
nuestros ojos y a veces asentíamos tímidamente. Tuve que manejar
muchas variables peligrosas mientras su marido estuvo vivo.
Ahora
estoy libre de amenazas.

FIN






POESIA

CUPID THE HUNTER

Trying to escape Cupid’s early infatuation.
Cupid, the mischievous infant,
honored by Pan, the horned beast of deep

meadows,
forever defeated.



FROM AFAR                                           DE  LEJOS

People just watch from afar,                 La gente sólo mira de lejos,
they ignore                                            Ignoran
the blessing,                                          La bendición,
the tremor, the quavering sound           El temblor, el sonido convulso
of our voices,                                        De nuestras voces,
the icy anxiety                                       La ansiedad glacial
that is our desire to become                  Que es nuestro deseo de hacer
just one.                                                 nos uno solo.



Agradezco a mi amigo Johnny Durán por esta traducción al
castellano.






LADY DEATH                                      SANTA MUERTE
On the lap of your mortal                    Sobre el regazo de tu
      sweet repose,                                        mortal dulce reposo
      I contemplate, I deplore your              Contemplo, deploro tu febril
         feverish indifference.                                     indiferencia.





A ALICE, LA LOCA

A Alice Ovalles.


Le dije a Alice:—Tú eres la Brujita
de San Juan de la Maguana;
“¡ah, no, espera! Eres una loqui,
una Avalokitesvara—”.
Y respondióme, exasperada:
—¡La loca eres tú!




ENFOQUE BÁSICO DE LA PORNOGRAFÍA DIFERENCIAL
                     :-->\CURVAS\FORMAS \SENOS

Del seno de los ángulos, a través
de los planos convergentes, ven trazarse
dos a dos, como funciones
biyectivas en los planos hilbertianos.
Trazo ahora la línea que separa,
en geodésicas, nuestro amor;
ahora el límite supone
que la curva no es continua, y
encontramos que los signos no nos
sirven para describir los indecisos
maximales tangenciales...

Aplico la secreta fórmula de
L'Hôpital a las series
uniformes cuando resultan
en formas indeterminadas,
un cociente cuyo denominador
es cero, ¡no!

Otra vez, vuelvo al co-seno,
al punto donde hay un
punto máximo, la función
sobreyectiva de los
ángulos, a las carilampiñas
medidas de las cuerdas
que jamás se cruzan
en esta cuarta dimensión.




TARA BLANCA


Revela la compasión
De difícil práctica.
Mi ser está lleno de
Angustia. . .
¡Es imposible
Alcanzar sabiduría!
Es difícil
El juramento de que
Antes de liberarme yo,
Libere primero a todos los seres
Para ir a la Tierra Pura.



AWAY FROM HOME                                                

She felt lost                                                                 
upon picking up the
flowers.                                                                    
The pathway steered her                                                    
away from                                                                    
home on her way back.                                                

The chosen                                                               
road led her to find                                                       
her innermost horrors.                                                                





LA PRINCESA DE AVALÓN

Tu hija, la de cabellos rizados


Sentí sobrecogerme escuchando su voz mortecina
suspendido en el estado onírico en que me encontraba.


Vine a buscarla para que juguemos.


Tuve la horrible sensación de comprender lo que
nos relató la vecina: la niña que expiró
en el aposento donde duerme la mía.


Véte, márchate.


Le supliqué con los brazos extendidos.